Medyka, en la frontera con Ucrania

Medyka, principal punto de paso de los ucranianos en éxodo, ve pasar entre 20.000 y 40.000 refugiados al día desde el inicio del ataque ruso. Principalmente mujeres y niños, ya que a partir de los 16 años los hombres no tienen autorización para salir de su país.

Un No Man’s Land de 500 metros separa los dos países, medio kilómetro controlado por el ejército polaco y voluntarios de todo tipo y origen, que ayudan a cada familia tanto de día como de noche. Es un ballet de carritos lleno de maletas, bolsas de plástico llenas de mantas, gatos, perros, niños envueltos en trajes de esquí. Unos militares se turnan para llevar al bebé de una madre visiblemente agotada y que, como todos los demás, se encuentran atrapados en la fila de los que esperan un autobús. En el lugar, respuestas a todo: una tienda médica dirigida por el bombero humanitario francés, ollas de sopas calientes, un americano que hace panqueques las 24 horas/24, operadores telefónicos que reparte tarjetas prepagadas, pero también una tienda veterinaria, braseros, montones de ropa y materiales de todo tipo llegados de todo el mundo. También hay otras iniciativas un poco más al margen como este Santa que distribuye peluches, un escocés que hace algodón de azúcar azul, un pianista. Pero también una carpa de ayuda dirigida por realistas polacos, una iglesia que distribuye biblias traducidas al ucraniano, y independentistas bretones, tan dedicado a la causa como una pizca desplazada...

Al final del corredor, los ucranianos suben a un autobús hacia Tesco, a 20 kilómetros, un centro comercial transformado en campo de refugiados temporal. De allí salen subiendo a otros autobuses, cientos de autobuses, venidos de toda Europa y que los aleja mucho de sus vidas.